miércoles, 24 de marzo de 2010

Carta al Congreso de Cartagena: Un sobreviviente del terremoto en Chile nos cuenta su experiencia



deJosé Manuel Rodríguez Angulo
paraKevin Raul Sedeño Guillen
fecha17 de marzo de 2010 11:31
asuntoDisculpas
enviado porudec.cl
ocultar detalles 17 mar (hace 8 días)

Kevin,
Disculpa, pero no había podido escribir antes. Ya sabes que en Concepción
fue el epicentro del cataclismo. Comprenderás mis razones para no asistir
al congreso.

Sólo quiero solicitarte un favor: se adjunta una carta que me gustaría que
algún compañero leyera en lugar de mi ponencia.

Muchas gracias.
Juan Manuel Rodríguez Angulo
Universidad San Sebastián
Concepción, Chile

Nunca he dejado de asistir a un Congreso donde haya tenido una ponencia aceptada. Y esta no era la ocasión de de romper con una honrosa y muy personal tradición. Sin embargo, las potencias de la tierra hablaron con su voz enloquecida, enronquecida, enardecida. Fue espantoso ver a la muerte desatada por esas potencias inocentes, juro que vi a la huesuda con la cabellera al viento cruzar por las paredes de mi casa, la casa no cayó, pero sí  cayeron otras. También el mar empujado desde el fondo de los fondos cruzó impertérrito, tranquilo, pero enorme, sobre casas, campos, pueblos y caminos… se hace evidente, entonces, el nombre del suceso: Cataclismo.
En la alta noche la luna brillaba sobre nuestras sombras asustadas y no paraba de temblar, un movimiento incesante, sólo interrumpido por estampidas subterráneas que anunciaban réplicas que eran verdaderos terremotos. Al amanecer salimos en busca de los padres de mi esposa, ya en las calles el desastre era evidente, carreteras destrozadas, edificios en el suelo, enormes grietas… en el frío de la mañana encontramos a los pobres viejos junto a una pequeña fogata encendida frente a su edificio en ruinas.
Mientras en la costa se sucedían maremotos borrando del mapa pueblos enteros, el gobernante del país, Bachelet, anunciaba que no había peligro de “tsunami”. Aún en la mañana seguía hablando del “fuerte sismo” que sacudió a una región del sur. A esa hora empezó el segundo cataclismo: el social. Cientos, quizás miles, de sujetos de toda condición se entregaban al saqueo. Pero fue aún más que robo en despoblado, pues una vez saqueado empezaron a quemar supermercados, casas, empresas. El mejor ejemplo ocurrió en el momento que un sujeto cruzaba con un carrito lleno de bebidas robadas frene a un edificio en ruinas. Los bomberos acababan de rescatar bajo los escombros a una mujer que clamaba por agua, le pidieron una botella al ladrón y éste profiriendo un garabato siguió su camino…
En ese mediodía de infierno intentaba cruzar por puentes inestables hasta la casa de mi padre, la que no sabía en ruinas. Él no estaba allí. La catástrofe lo sorprendió en el campo de mi familia. Días después me contaba que en el mismo mediodía que lo buscaba, vio en la huerta de la casa los espíritus de tíos y abuelos que conversaban seriamente bajo los árboles y lo miraban con pena. Recordé la casa de los Buendía, lugar en que moraban los vivos y los muertos.
En la tarde ya el gobierno hablaba de terremoto, pero confiaba en el gran corazón del pueblo para enfrentar la adversidad. También calculaban si convenía hacer una declaración conjunta con el gobierno electo. Ambos bandos consideraron que no sería bueno para la imagen de cada uno. Así el presidente electo, Piñera, prefirió sobrevolar Concepción en helicóptero y regresar a su mansión de Santiago.
 Mientras la violencia se apoderaba de las calles, Concepción era una ciudad sin ley. Nada funcionaba, ni el agua, ni los teléfonos, ni las radios, excepto una vieja emisora de la zona: radio Bio- Bio. Única voz que nos contaba como iban las cosas. Un ministro apareció por ahí y sostuvo que en diez días más conoceríamos un informe del asunto. Nunca en mi vida habría querido confirmar de esta forma la ineficiencia del estado y los políticos neoliberales. Yo que quise ser un hombre de libros y sentencias sucumbía a mi íntimo destino sudamericano enfrentado un salteador armado con un cuchillo que intentaba entrar a mi hogar.
Ya el segundo día la televisión decidió que era tiempo de apelar a la gran solidaridad de nuestro pueblo: debemos hacer una teletón, exclamaron. Entonces trajeron al viejo mafioso, Don Francisco, que hoy en Miami se ha enriquecido con su programa basura y empezó la fiesta. Ellos saltaban y reían mientras las ancianas de Dichato lloraban junto a sus casitas destruidas. Los grandes empresarios preocupados donaban miles de millones. No fuera a ocurrir que la cosa, que estaba tan buena, se estropeara por causas naturales.
Temblaba y temblaba, pero el gobierno nos decía que eran réplicas… 7.1., 6.9., 7.0., son sólo réplicas. Un periodista de farándula tuvo la suerte de ser sorprendido por una de ellas en las  calles de Talca y simulando jadeos corría tras señora asustadas y les preguntaba cómo se sentían.
            El reportaje en vivo prefiguró el crimen, pues ya al tercer día el gobierno, los medios y el poder habían asesinado la realidad, ya no había catástrofe, sino un gran pueblo que se levanta frente a la adversidad, ya los bancos anunciaban rebajas en sus créditos, ya se oraba por la nación. Ya es tiempo de levantarse, vamos chile, vamos chilenos. Y un niño llorando en una plaza pensando que no tenía donde vivir y los padres de Mariana clamando por su hija entre las algas y casas destruidas.
            Pero para que el crimen fuera perfecto era necesario desviar la atención, así un edificio en el suelo fue declarado zona cero. Talcahuano con su centro destruido, Llico, Iloca, Tirúa, borrados del mapa, no ya no son nada. Desaparecieron tal y como desaparecieron los tres mil muertos de la plaza de Macondo.
            Pero los saqueadores seguían robando y quemando, y en cada robo y en cada quema también destrozaban el mito del Chile jaguar, del país más poderoso y más rico de Latinoamérica, del país europeo en medio de los indios. Todo eso, que dice y piensa la clase dominante se derribó junto las casas. Y los salteadores mostraban su odio hacia un sistema que sistemáticamente los ha excluido y  además los enferma con la exhibición de lujos imposibles.
            Vemos, entonces como la realidad nuevamente se está imponiendo. De ahí que el empresario que gobierna manifieste dudas y pida velados socorros.
            Mientras todo este horror ocurre, los porfiados latinoamericanos, yo ya no soy chileno, seguimos desafiando a la más cruda y verdadera de las sentencias que nos dice que las estirpes condenadas a la soledad no tenemos una segunda oportunidad sobre la tierra Y aquí estamos, escribiendo, ya de regreso de los helados páramos de la muerte.

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